jueves, 31 de diciembre de 2015

El día del dictamen

La noche anterior dormí poco y mal. En contra de cualquier consejo razonable, había intentado leerme unos comentarios al 831 CC que todavía, dos años después, tengo sin digerir. Desayuné bien, eso sí. Nos habían avisado de que en la sala del dictamen habría refrescos y bollería pero 6 horas con el dictamen se pasan volando y no quería dedicarle tiempo a merendolas.

Recuerdo que un preparador nos recomendó llevar nuestras propias provisiones para no tener sorpresas ("¡esto lleva pasas!"). Recomendaba especialmente los Ferrero Rocher, que son sabrosos por el chocolate, aportan energía por los frutos secos y son limpios porque se comen de una sentada. Además, en invierno es la época.

Algunos fuimos en taxi, a otros les llevó algún familiar. Hacía frío y todos íbamos con una maletita, de esas que cuelan como equipaje de mano en los aviones, repleta de códigos y textos impresos del BOE. Mi señora y mi chaval (el mayor), días antes del dictamen, se pasaron un par de tardes imprimiendo leyes, reglamentos, ordenanzas y de todo.

En el hall del edificio en el que nos íbamos a examinar íbamos llegando, opositores y familiares, y reuniéndonos con los conocidos. Los de la academia de Madrid éramos el grupillo más numeroso; los de Galicia por allí, los de Sevilla por allá, etc. Unos pocos, que conocían a más gente, revoloteaban de grupo en grupo; otros preferían quedarse aparte con la pareja o los padres. Muchos salían a fumar.

Recuerdo pensar que aquello parecía la terminal de un aeropuerto, todos esperando, arreglados, con las maletitas, abrazando a los familiares, reencontrando a amigos y compañeros, manteniendo conversaciones de ascensor ("qué frío") y mirando nerviosos el reloj.

Sobraban 16 de 106, y eso estaba presente en el ambiente, pero ahora recuerdo con más intensidad un cierto compañerismo. Era como si, tras años encerrados en una habitación, nos hubieran metido a todos en un mismo recinto a conocernos o, al menos, a vernos. Suele hablarse de "la soledad del opositor" y allí estábamos más de cien que habíamos pasado por lo mismo: muchas horas de estudio, muchos nervios y, sin duda, dos exámenes orales durísimos. Creo que esa mezcla de compañerismo y competencia se resume en una frase sobre la que había cierto consenso: "ojalá aprueben todos los que conozco, empezando por mí".

Aquello empezó una o dos horas después de la convocatoria (había que llamar a todo el mundo, uno a uno, sentarnos, repartirnos las hojas y darnos algunas indicaciones). Nos repartieron por las mesas, dejamos nuestras maletas abiertas al lado, y al lío.

Leí el supuesto durante hora y media y luego me puse a escribir con la presión propia de que fuera el dictamen "de la verdad". Todavía no comprendo cómo podía haber gente levantándose a merendar o yendo al servicio 4 o 5 veces, ¡a mí no me daba tiempo!

Las 6 horas pasaron rapidísimo, metimos los folios en el sobre y a partir de ahí llegó el "post dictamen" sobre el que he hablado aquí.

Suerte.

1 comentario:

  1. Que entrada mas guay! Gracias por escribirla! Por cierto tienes un hijo?? Hiciste la oposicion casado y con hijos?? Jo eso si que es!!!! Porque quieras que no las funciones de padre conllevan un tiempo.... Enhorabuena y mi más sincera admiración.

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